“No me voy a llevar mi celular, quiero realmente disfrutar este día” recuerdo que me dije a mi misma antes de bajar a la playa. Ese día me dejé llevar, era un día perfecto, con el clima perfecto, la brisa deliciosa y mis hijos los más felices del mundo; como no, era su último día como hermanos aquí en la Tierra.
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Normalmente era la mamá que atosigaba a sus hijos para la foto perfecta y subirla a Instagram, no entiendo por qué -que cosa tan más tonta ahora que lo pienso- pero bueno, así era, no te voy a echar mentiras. Mis hijos jugaban felices en la playa, absolutamente todas las personas que pasaban no podían creer tanta felicidad en ellos. Edgar se encargó de darle muchísimo amor a su persona preferida antes de partir.
“Mamá, vamos a caminar a la playa”, así me dijo mi Edgar. Inmediatamente me paré a caminar con él. Cerré los ojos, sentí la brisa del mar en mi cara y la manita, que tanto extraño, apretar la mía. Una vez mas me sentía la mamá más suertuda, la más feliz, la más enamorada. Caminamos como dos novios agarrados de la mano sin noción del tiempo, ni del momento, sólo existíamos él y yo. La despedida más dulce y perfecta. Gracias Edgar por esa invitación, espero con ansias volver a caminar contigo mi amor.
¿Qué está pasando? ¿Por qué hay tanta gente?
Más tarde me quedé en la playa y el resto de la familia se fue a la alberca. Edgar no quiso dejar de nadar con su hermano cuando él era a quien siempre le daba frio, siempre. De pronto, mi tía me preguntó: ¿Qué está pasando? ¿Por qué hay tanta gente? La ignoré, y ella se paró y volvió a decir lo mismo.
Aquí mi corazón empezó a palpitar más rápido. Brinqué del camastro y a lo lejos alcancé a ver la cara de mi esposo, lo mas triste que mis ojos lo habían visto hasta entonces. El mundo se detuvo, sentía que estaba en un sueño donde corres, pero no avanzas, se me hizo eterno llegar. No sabía cual de mis dos hijos había sufrido un accidente, sólo sabía que uno de ellos estaba grave.
Al subir las escaleras vi a Lucca sentadito, con su mirada fija en algo. Hoy me lo imagino viendo a su hermano llegando al cielo y a Diosito dándole sus alas para volar. Dicen que como niño, tú escoges si quieres volar o caminar. El mío obviamente escogió volar.
Al voltear vi a mi Edgar desmayado, completamente desconectado de su cuerpo, ya estaban dándole primeros auxilios. Edgar recibió toda la ayuda humana que existe pero es Dios quien tiene la ultima palabra.
Mi corazón de mamá, el que nunca se equivoca, no quiere aceptarla pero si te soy honesta desde que lo vi acostado en el zacate, yo sabía que él ya no estaba aquí. La alberca no estaba profunda, había escalones, Edgar tomó clases de natación desde bebé. No entiendo y nunca voy a entender. Firmemente creo que algo más pasó, la alberca sólo fue su puente al cielo.
Lo acompañamos su papá y yo en la ambulancia, su oxígeno iba subiendo, yo sostuve su mascarilla y me acuerdo que le dije al paramédico “Ponle los electroshocks, no dejes que se vaya, por favor, te lo suplico” pero su alma ya se había ido, solo era su cuerpo dándonos tiempo de despedirnos, tiempo que por mas largo que fuera jamás iba ser suficiente.
Tu corazón es muy grande para este mundo, vuela alto mi amor, descansa en paz Edgar Cárdenas Garza. Disfruta el cielo y guía cada paso de nuestras vidas para volvernos a encontrar. Que tu amor sea la razón por la que tu familia brille hoy y siempre.
Edgar falleció de un paro cardiaco en el hospital de Cancún, Quintana Roo. Mis manos se niegan a escribir esto, las aprieto y acaricio mi teclado como si quisiera escribir otra cosa. Me duele tanto que no existen las palabras para describir mi dolor, pero esta es mi realidad, una realidad que quiero aprender a querer.
Mi querido esposo: si supieras cuánto te admiro… te tocó lo peor, y sin saberlo, eres el que nos mantiene luchando, con un pie enfrente del otro. No entiendo tantas cosas. Lo único que me queda claro es que aquí NO hay culpables. La culpa es un círculo vicioso que te lleva a donde empezaste, una telaraña sin salida que te atrapa y te consume.
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