Quiero contarte una parte de mí vida que me hizo dar cuenta que realmente nada es para siempre. Después de radiografías y resonancias magnéticas, ahí estaba la noticia que no imagine algún día iba a escuchar. Luego de 25 años como corredora el médico me dijo: «No puedes volver a correr».
Cuando empecé a practicar el running como deporte, a los 16 años, desde el primer momento lo viví como mi espacio, mi tiempo de reflexión y desconexión del mundo exterior. Para mi no había nada comparado con esa sensación de libertad que me daba el sentir el viento en mi cara, era ese momento donde se aclaraba mi mente y curiosamente encontraba fácilmente las respuestas a todas las preguntas, liberaba frustraciones y enojos, era mi liberación, mi momento de reencuentro conmigo misma. Para esa época no conocía la meditación ahora que la practico puedo decir que era mi “meditación activa”.
De niña estuve en toda clase de deportes, tenis, natación, gimnasia olímpica, basquetbol, pero nunca el running, ni siquiera tengo claro cuando fue el día en que tome la decisión de ponerme los tenis y salir a correr. Lo cierto es que, sin darme cuenta, descubrí que finalmente había encontrado el deporte que de verdad me apasionaba, encontré en él eso que tanto buscaba, algo que me motivaba a levantarme cada mañana, eso que movía todas las fibras de mi cuerpo. Por eso lo llamo mi primer amor.
Siempre me sentí como una mujer exitosa profesionalmente, ejerciendo en mi especialidad, desde muy joven empecé a trabajar en el sector bancario, me iba muy bien tuve cargos muy importantes, me fui a vivir a Guadalajara para estudiar mi MBA, donde me enamoré de mi esposo, en fin, todo era como un sueño, ahí estaba yo a mis 24 años con un gran trabajo, viviendo en una ciudad maravillosa, estudiando mi postgrado, enamorada, es decir totalmente realizada, y además con mi gran pasión, el running. ¿Qué más podía pedir?
Empiezan los cambios
Al poco tiempo de terminar mi MBA , me casé y nos fuimos a vivir a Colombia, su país, donde básicamente tuve que empezar de cero: en un país que no conocía, sin mis amigos, sin mi familia, pero no me importaba porque estaba al lado del hombre que amo, además tenía el running que me acompañaba y me ayudaba a sobrellevar la lejanía de mi país, de mi familia, en fin, de toda mi vida pasada en México.
No fue fácil conseguir un trabajo, finalmente tres años después de haber llegado a Bogotá llegó la oportunidad de un gran trabajo, nuevamente volvía a sentirme completa, esa fase de mi realización profesional no me dejaba ser totalmente feliz. Al poco tiempo, recibí la noticia de que iba a ser mamá y a pesar de nunca haberme visualizado en esa faceta, por supuesto la recibí con toda la alegría de mi corazón.
Un par de meses después a mi esposo lo destinaron por su trabajo a Estados Unidos, así pues, tuve que empezar otra vez de cero, con una diferencia que esta vez sí sabía que iba en papel de ama de casa embarazada. Retomé el ejercicio apenas los médicos me lo permitieron, mi esposo salía temprano a su trabajo y yo mamá primeriza me quedaba en casa con mi bebe, y el running, como siempre, me relajaba.
Para mi segundo embarazo, regresamos a Colombia. Todas las tardes salía a correr, con una hija en el vientre y la otra en su coche de bebe.
Dos hijas después, siguen los cambios
A los 39 años, mi matrimonio hizo una pausa y regresé como madre soltera a México. Me concentré en que mis hijas vieran una mama fuerte, pero sobre todo feliz, a pesar de las circunstancias. Quería que en sus mentes quedara grabado que el fracaso no te derrota, al contrario te vuelve más fuerte. Y en todo ese proceso mi principal terapeuta fue el running. Me propuse correr un medio maratón. Si, 21 kilómetros. No había logrado esa distancia en competencia y era un sueño que tenía clavado.
Me levantaba todos los días a las 4:30 de la mañana a entrenar porque tenía que llegar a las seis a despertar a las niñas y organizarnos para llevarlas al colegio y de ahí irme a mi trabajo. Y sí, cumplí mi sueño de correr 21 k en competencia tres meses antes de cumplir 40. Y entonces me propuse que antes de cumplir 41 correría mi primer maratón. Y lo cumplí.
Un año y medio después, terminó la pausa matrimonial y nos dimos una segunda oportunidad. Las niñas y yo regresamos a Colombia. De nuevo parecía que todo iba bien. Seguía participando en carreras, amando esa adrenalina de cumplir un nuevo reto, esos que te hace sentir poderosa e invencible. Tenía un nuevo sueño, correr la maratón de Nueva York.
Malas noticias
Un domingo, haciendo mi entrenamiento de fondo, sentí un dolor enorme en mi pierna. Regrese cojeando a casa llorando del dolor. Convencida que con reposo y con terapias de calor y frío, anti inflamatorios pronto estaría bien. Pero el dolor era intenso, y cada paso que daba era como si me clavaran algo en el glúteo y en la pierna. Así que fui a buscar un ortopedista. Esta vez, era un dolor diferente, no el de una lesión de las que solemos tener por llevar los músculos y el cuerpo al máximo.
Y es aquí donde viene otra sacudida. Después de radiografías y resonancias magnéticas, ahí estaba la noticia que no imagine algún día iba a escuchar. Luego de 25 años como corredora el médico me dijo: «No puedes volver a correr».
Después de esta frase, recuerdo escuchar todo como si estuviera debajo del agua, lejano. El ortopedista seguía hablando: «Tienes una displasia de cadera, así que si no quieres terminar en una silla de ruedas, no puedes volver a hacer ningún ejercicio de impacto.
Recuerdo que las lágrimas no dejaban de salir -como en este momento las siento caer mientras te cuento este episodio- mientras él hablaba de los meses que iba a tener que estar en fisioterapias y con medicamentos. En mi mente solo había un flashback de todo lo que el running había hecho por mí: había sido mi salvación en los momentos difíciles de soledad y de tristeza. También me había dado los mejores recuerdos. ¿Qué iba a hacer? No tenía un plan B.
Pasaban mil cosas por mi mente. Cuando el médico me dice: «Sé que lo que te estoy diciendo es como decirle a un ave que no volverá a volar su frase retumbaba en mi corazón». No pudo describir mejor lo que estaba sintiendo. Me acababa de decir que me iban a cortar las alas.
Duré tres meses en terapias de recuperación y lloré mucho. Realmente necesitaba hacer ese duelo. Dejar ese deporte que tantas satisfacciones, retos, aventuras. Cuando estuve recuperada 100% fui al gimnasio yo ya combinaba el entrenamiento funcional con mi entrenamiento de running para lograr mayor fuerza y resistencia. Así que cuando me dieron el alta regresé al gimnasio.
Mi plan B
Pensé que sería algo temporal mientras encontraba mi verdadero plan B. Para mí, el entrenamiento funcional no me generaba esa adrenalina de lograr una nueva marca personal, de aumentar la distancia, de estar al aire libre. Pero me ayudaba a desconectar. Seguía siendo tiempo para mí. Poco a poco fui encontrando el lado retador. Fui encontrando el gusto en esta nueva disciplina. Encontré como retarme buscando aumentar el peso que podía levantar, mejorar la técnica de un nuevo ejercicio. Descubrí como realmente tu equilibrio y coordinación mejoran día a día.
Nuevamente la vida me recordaba que es tu decisión escoger el papel de víctima o tomar acción. Así que empecé a disfrutar este nuevo camino en la práctica del entrenamiento funcional. Me levantaba cada mañana pensando cual seria el ejercicio que me iba a retar. Tenía unos entrenadores extraordinarios a los que agradezco el retarme y llevarme a otro nivel no solo mi cuerpo sino mi mente.
Descubrí que la vida sigue, que te adaptas o te arrastra. Disfrutar los pequeños momentos que el día a día te regala Después de tantos años encuentro que lo que me gusta es la sensación de bienestar que me deja hacer ejercicio, ese dolorcito en los músculos que te genera satisfacción por un entrenamiento bien logrado.
Finalmente lo importante es valorar cada pequeño paso que me hace avanzar y ser mejor que ayer.
Gracias por compartir tu historia y hacernos reflexionar sobre lo importante que es decidir no victimizarnos y mucho menos darnos por vencidas👏🏻🙌🏻❤️
Increíble, no? Somos fans de Renata!
Gracias por compartir y enseñarnos a valorar cada paso en el proceso 🥰