Hace unos días escuché a una mujer decir que después de pensarlo y analizarlo había decidido no tener hijos porque tenía la certeza de que no estaba dispuesta a dedicar su vida a alguien más. Al escucharla me sorprendí muchísimo, ya que por lo menos yo y mi esposo jamás hicimos un análisis tan profundo, porque nosotros solo sabíamos que queríamos ser papás, pero no comprendimos del todo la gran responsabilidad que eso implicaba.
Llegó a ese punto ya que se dio cuenta, gracias a amigas suyas con niños, que tener un hijo es una responsabilidad sumamente grande, ya que dependen de ti al 100, por lo menos los primeros años de vida tú debes alimentarlo, bañarlo, cambiarlo; gracias a ti aprende a caminar, a bailar, a saltar, a hablar: a decir por favor y gracias.
Poco a poco, y con el ejemplo, comprenden lo que eso significa; comprende que a veces hay que esperar, que gritar no es la mejor solución y mucho menos golpear; aprenden a ser amables, gentiles, buenos compañeros, a ver el vaso medio lleno en vez de verlo medio vacío. Que el ejemplo de los padres es lo que dictamina en gran medida lo que serán los niños (en gran medida, no por completo).
Ella estaba consciente de que un hijo implicaba, además, un cambio radical en el estilo de vida que ella y su pareja tenían, comprendía que ya no sólo se dedicarían a ellos, si no que habría un ser que de pronto se volvería más importante porque requiere todo de ellos y al tocar el tema entre los dos resolvieron que no estaban listos para que la vida de otro ser humano estuviera en sus manos.
Al escucharla me sorprendí muchísimo, ya que por lo menos yo y mi esposo jamás hicimos un análisis tan profundo, porque nosotros solo sabíamos que queríamos ser papás, pero no comprendimos del todo la gran responsabilidad que eso implicaba. Sobre la marcha lo entendimos y lo fuimos resolviendo como nos iba dando la vida.
Creo que la mayoría de los que tenemos hijos estamos en el mismo punto, decidimos tenerlos porque “qué bonito son los bebés” y a pesar de que creemos saber cómo será no visualizamos el panorama completo, sólo una mínima parte, generalmente la más bonita.
No tomamos en cuenta lo que como seres humanos tenemos para ofrecerle a ese pequeño ser: que si la paciencia, que si el respeto, que si la disciplina, que si el amor propio, que si la gratitud, que si la bondad, que si la empatía.
Conforme va creciendo le pedimos que comparta, que no sea egoísta y al papá le cuesta compartir a la mamá y comprender que la dinámica de pareja cambió, y a la mamá le cuesta comprender que su cuerpo es distinto porque creo vida, de cierta forma es egoísta al no entender el proceso tan grande por el que pasó y pretende verse como antes del embarazo (idea que la sociedad se ha encargado de plantarnos bien profundo), y ambos son egoístas por no estar dispuestos a entenderse el uno al otro y pensar que sólo uno tiene la razón. Pretendemos enseñarle cosas que muchas veces ni nosotros sabemos.
Creo que la maternidad/paternidad consciente es llegar a ese punto, definir todo lo que implica un hijo, no sólo económicamente, si no emocional y socialmente porque esos puntos no los tomamos en cuenta antes de decidir tenerlo o no.
Además de procurar estar saludables físicamente antes de planearlo, también debería preocuparnos nuestra salud emocional y sobre todo, si estamos en pareja, nuestra capacidad de comunicarle a otro de una forma sana y amorosa porque ese bebé llegará a complementar nuestras vidas y tanto él como nosotros merecemos vivir la mejor experiencia.
Si a ti y a tu pareja les pasó lo mismo que a mí y a mi esposo, aún pueden buscar su salud emocional; si crees que tu pasado tiene situaciones que necesitan ser sanadas pide ayuda; el psicólogo no es para gente loca, es para personas que desean ser mejores, comprenderse mejor y hacerse de herramientas para sentir mucho amor propio, ese mismo amor que compartiremos con nuestra pareja e hijos.
Cuéntame, ¿pensaste en todas estas cosas antes de ser mamá?