Hola, soy Jacqueline, tengo 32 años y después de mucho tiempo hoy puedo decirte que soy una mujer imperfecta pero real. No ha sido fácil llegar a este punto y entender los contextos que me rodean, pero poco a poco he logrado asimilarlos y convivir con ellos.
Estudiar, mi única responsabilidad
De niña yo pretendía ser la mejor hija, la mejor estudiante y durante muchos años lo logré, pero el costo fue muy alto: vivía con mucha ansiedad. Y es que mi papá siempre me dijo que mi único deber era ir bien en la escuela, que no había razón para felicitarme cundo sacaba 10, ya que esa era mi responsabilidad porque él no tenía una hija tonta, que yo era capaz y podía.
En efecto, era capaz de hacerlo, pero sinceramente, lo que mi papá me decía me hacía sentir mucha presión; yo no tenía espacio para equivocarme en nada. Eso era lo que yo pensaba hasta que entré a la preparatoria y muchas cosas cambiaron. Dejó de darme miedo que me vieran sin amigas, dejé de temerle a mis calificaciones, aprendía a convivir conmigo de forma sana, tranquila y a disfrutarme.
Entendí que soy muy valiosa y que es más importante lo que realmente aprendo que la calificación que pueda aparecer en un papel.
«Le dije que lo amaba y que lo perdonaba»
Fue un proceso que implicó muchas lagrimas, soltar las palabras de mi papá y entender que él no lo hacía pensando en hacerme daño. La culminación de ello se dio el día que le escribí una carta en la que le conté cómo me hizo sentir, que entendía que no lo había hecho en mal rollo, pero que aún así yo tenía que decirle que lo perdonaba y que lo amaba, fue tan liberador y hermoso.
Desde ese momento mi papá me apoyo siempre, comenzó a decirme que confiaba en mí, que creía en mí y que me amaba a pesar de todo.
Al llegar a la universidad hice una elección poco usual, yo decidí estudiar Sociología. Es una licenciatura del área de las ciencias sociales en la que se hacen estudios sobre todo lo que ocurre en la sociedad, suena muy ambiguo pero así es. Cada que yo leía lo que significaba y todo lo que aprendería en esa licenciatura, me emocionaba y me sentía feliz, algo me decía que eso era ara mí.
Al decirle a mis padres la decisión que había tomado me topé con una mamá que me dijo rotundamente: ”estás loca, qué es eso, te vas a morir de hambre´; cada que podía me decía que lo pensara mejor, que había muchas otras cosas que yo podría estudia y serían mejores. Mi papá… ese señor me dijo: “si eso es lo que quieres, hazlo, yo te apoyo y cuentas conmigo”.
En ese punto de mi vida ya no necesitaba la aprobación de mis padres, pero me hizo muy feliz saber que por lo menos mi papá confiaba en lo que yo estaba haciendo con mi vida.
¿Y qué pasó?
Si se lo preguntan, ¡no!, no me morí de hambre; de hecho conseguí trabajo desde antes de terminar de estudiar. Durante más de 7 años trabajé para la Administración Pública Federal Mexicana.
Para serles honesta, fue una sorpresa terminar trabajando ahí, ya que mi sueño durante todos los años que duró mi licenciatura fue trabajar en una Institución que apoyara a mujeres que hubieran vivido violencia.
Aunque mi rumbo se desvió bastante, disfruté muchísimo mi trabajo. Quiero pedirles que siempre confíen en ustedes, que sigan su instinto y no se dejen llevar por lo que otras personas digan de ustedes. Son fuertes, valientes y muy valiosas.
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